Los jóvenes en mi país constituyen aproximadamente el 28% de la población. Dicho de otra manera 3 de cada 10 peruanos son jóvenes . Sin embargo, el problema no es cuantitativo ni demográfico, pues nuestras “juventudes” conviven con un conjunto de problemáticas y oportunidades. En las siguientes líneas trataré de realizar un análisis de la presencia de la juventud en la historia reciente del país. Esta presencia determina sin duda, cómo se concibe a la juventud en el Perú.
Actualmente el Perú atraviesa un inusual periodo de estabilidad económica (a pesar de la reciente crisis internacional). Sin embargo, todavía se siente pendiente un desarrollo social inclusivo (la bonanza económica mencionada no ha alcanzado a los sectores populares) y una consolidación de la institucionalidad democrática. Perú ha pasado, en pocos años, de ser un país rural a ser un país eminentemente urbano. Sus ciudades han transformado su herencia poscolonial y albergan ahora a una población diversa, en la que se vienen ensayando diferentes modos de convivencia. En este escenario, el factor humano es clave y estratégico para la construcción de una sociedad próspera y democrática, por ello, desde nuestra perspectiva, la consideración de los jóvenes es indispensable.
¿Pero quiénes son los jóvenes peruanos? ¿Se les conoce realmente? Las políticas y programas que desde el Estado se dirigen a la población juvenil, muchas veces revelan una profunda ignorancia de las características de la juventud. A continuación presento una breve revisión de lo que ha sido la visión de la juventud en el Perú de las últimas décadas.
Durante la década del setenta, muchos jóvenes asumieron una participación política militante. La movilización juvenil de entonces fue asociada a los movimientos de la izquierda peruana. Los jóvenes protagonizaron manifestaciones significativas en la escena pública peruana . Las reformas socialistas impulsadas por el régimen militar de Velasco Alvarado, cuya prédica central se enfrentaba a los intereses de la oligarquía peruana, no tuvieron el éxito esperado y finalmente sus propuestas se diluyeron. Por otra parte, en esta época los movimientos de izquierda atravesaron serias crisis que terminaron debilitándolos (que tuvieron un origen interno y externo). Esto trajo un descontento generalizado de la población que se expresó también en el escepticismo de los jóvenes de la década del ochenta hacia la vida política nacional. Esta década se caracteriza por la apatía y desinterés de los jóvenes, quienes además socializan en un escenario de violencia interna (protagonizado por Sendero Luminoso, el MRTA y las Fuerzas Armadas y Policiales) que dejó más de 70,000 víctimas (según informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación) y crecen en medio de continuos fracasos de los gobiernos democráticos.
Hacia inicios de los noventa, la imagen de la juventud peruana atravesó su etapa más apática. La población, en general, desconfiaba de las tradicionales formas de organización política y social. Los partidos políticos cayeron en deslegitimación y la movilización social fue vinculada a los movimientos terroristas. Esto fue aprovechado por el presidente Fujimori que, gozando de gran aprobación popular emprendió una serie de reformas arbitrarias (intervención de las universidades, disolución del Congreso de la República, destitución del Tribunal Constitucional) instalando una dictadura con máscara de democracia. Todo esto alejó a los jóvenes de la llamada Generación X de la vida pública nacional, pero hacia fines de la década de los 90, los impulsó a salir a las calles y liderar manifestaciones públicas que consiguieron, junto a otras acciones, derrocar al régimen y recuperar la democracia. Estas manifestaciones juveniles, publicitadas extensamente por los medios, carecieron de organización, de un proyecto integrador y de propuestas a largo plazo, por lo que se diluyeron y finalmente se debilitaron. Se perdió así la posibilidad que el movimiento juvenil aportase en la construcción de la democracia de inicios de los años dos mil.
Junto a estos fenómenos, desde la mitad de la década de los 80, con especial fuerza hacia finales de los noventa e inicios de los dos mil, un gran segmento de la juventud, proveniente principalmente de los sectores urbano marginales del país, obtuvo un inusitado protagonismo conseguido sobre la base de su participación en manifestaciones públicas, espontáneas y grupales que tenían en común, los usos extremos de la violencia. A este fenómeno se le conoció como Violencia Juvenil (agrupó diferentes expresiones como las barras bravas, las pandillas, etc) y tuvo tal impacto que rápidamente caló en el imaginario social atribuyéndose a los jóvenes peruanos una imagen de irracionales, violentos y nocivos . De otra parte, cabe resaltar que, durante la época de la violencia interna (los ochentas), surgió un movimiento artístico que fue denominado rock subterráneo peruano. La propuesta estética y de contenido retaba abiertamente al “establishment”. Además, era un rock con alta dosis de violencia en sus letras. Los jóvenes que participaban de esta “movida” fueron estigmatizados como drogadictos, violentos, irracionales en el imaginario popular adulto, aunque su música expresara en realidad los temores y sinsabores de toda su generación.
Uno de los elementos centrales del discurso electoral y de la propuesta de gobierno de inicios de los dos mil (gobierno de Alejandro Toledo luego de la huida del país de Fujimori) fue la creación del ente gubernamental encargado de la promoción de la juventud, el Consejo Nacional de Juventudes - CONAJU. Este hecho fue visto como una acción reivindicativa hacia la juventud que participó en los procesos de recuperación de la democracia. Los principales productos del CONAJU fueron los documentos: Lineamientos de Política de Juventudes y el Plan Nacional de la Juventud. Lamentablemente sus acciones no pudieron articularse a alguna política local de juventud y finalmente fue desmontado por el régimen aprista de Alan García que asumió el gobierno el año 2006.
El CONAJU se ha transformado en el SENAJU (Secretaría Nacional de Juventudes) y ha perdido independencia y “poder” para incidir en la agenda pública nacional. El Plan Nacional de Juventud aprobado entre gallos y media noche, por el saliente gobierno de Toledo, nunca fue la herramienta esperada que regulara, modulara y orquestara las acciones estatales dirigidas a la juventud.
Durante el actual régimen de gobierno el Congreso de la República aprobó la Ley del Concejal Joven en Agosto del 2006 que estipula la inclusión de no menos del 20% de jóvenes (ciudadanos entre los 18 y 29 años) en las listas electorales de los gobiernos locales y regionales. Hay en esta ley dos expectativas o ideas fundamentales. La primera tiene que ver con la renovación de la política que descansa en la idea que la clase política peruana está gastada. Vicios como la corrupción, el nepotismo y el clientelismo son, supuestamente, patrimonio de una cultura política que tiene entre sus miembros “viejos zorros políticos” en el argot popular peruano. La inyección de gente joven en la estructura política supone una renovación de estas prácticas y una inoculación de transparencia, ética y buenas (nuevas) intenciones en el espacio público nacional.
Otra idea que descansa detrás de la ley es el fomento de la participación de los jóvenes en la vida pública nacional. El supuesto que aborda es el del desinterés de los jóvenes en la política y de la vida pública nacional. Hay otra idea detrás y es el de la presencia demográfica masiva de los jóvenes y su oportuna presencia en vida productiva del país. La exclusión de los jóvenes es un problema abordado desde hace algún tiempo por los sectores educación y trabajo, entonces la ley le da una significancia y representatividad a este segmento de la población.
Luego de la Ley de cuotas, no se conoce todavía una política integral que apunte al bienestar de las juventudes del país. Las experiencias que se vienen dando, siguen aisladas, duplicándose, no generan impactos mayores en tanto se pierden en la especificidad y apuntan a espacios sectoriales y locales.
No quiero dejar de mencionar el aporte de los medios de comunicación en las percepciones sobre lo juvenil. Por un lado presentan con alguna expectativa a jóvenes íconos del deporte o el cine (casos de Kina Malpartida campeona de boxeo o Magaly Solier candidata al Oscar) o los famosos jotitas (selección sub 17 de fútbol que clasificó al mundial de su categoría), pero por otro lado se muestra un conjunto de informaciones funestas que tienen a los jóvenes como protagonistas. Protagonistas de comercio de drogas, de violaciones sexuales, de pillaje, de asesinatos. Pero aquí hay un sesgo: existen muchas organizaciones juveniles que desarrollan actividades comunitarias encomiables, pero esta gesta no es cubierta por los medios nacionales.