lunes, 3 de enero de 2011

Entre marchas y manchas

Históricamente en el Perú, las relaciones entre el Estado y nuestras juventudes han sido casi siempre tensas y conflictivas. Las actitudes que asumieron las diferentes instituciones públicas frente a los jóvenes fueron alimentadas por posiciones intransigentes que revelaron una serie de prejuicios y estereotipos sociales que perduran hasta hoy. Dichas actitudes se han sustentado en concepciones que transitan desde los enfoques punitivos y de control social -apoyados en la idea de que los jóvenes deben ser reprimidos y/o controlados-; orientaciones paternalistas de corte asistencial -que presentan a los jóvenes como víctimas a las que hay que asistir- y, perspectivas clientelares -que instrumentalizan la participación juvenil-. Estos enfoques condujeron al Estado a establecer políticas infructuosas y fragmentarias que han configurado una débil y confusa institucionalidad en materia de juventud. (Montoya, 2001).

En efecto, a lo largo de la historia reciente del país (experiencia republicana e incluso más atrás) no ha existido una política institucional sostenida y programática que se exprese en planes, programas y proyectos de juventud coherentemente articulados en diferentes escenarios (nacional, regional, local), sectores (salud, educación, justicia, etc) y actores (Estado, empresa, sociedad civil). En su lugar, hemos tenido solo programas sectoriales, esfuerzos institucionales aislados, proyectos ocasionales que no significaron mayores oportunidades para nuestros jóvenes[3].

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http://issuu.com/joscabrera333/docs/entre_manchas

sábado, 18 de septiembre de 2010

Pobreza, responsabilidad y juventud

José Luis Cabrera

Afuera nos espera el vehículo con el que nos trasladaremos al interior del país.
Nos aguardan cerca de 9 horas de viaje. Nuestro destino es Lircay, distrito de Angaraes, Provincia de Huancavelica. El automóvil pronto dejará la Capital, penetrará centros poblados y sorteará las innumerables curvas que bordean los precipicios de nuestro Perú profundo. Aunque hemos viajado muchas veces, esta vez nos inquieta una idea: Huancavelica es considerado el departamento más pobre del Perú. Este dato suscita algunas reflexiones.
En el Perú 35 de cada 100 peruanos son pobres, según el Informe de Pobreza 2009 (INEI, 2010). Esta cifra es significativa si consideramos que, según la definición de pobreza utilizada en este informe, este 34,8% de peruanos no alcanza el nivel de ingresos suficiente para satisfacer sus necesidades básicas. La cifra disminuye, pero se hace más dramática, si nos fijamos en aquellos que no cubren siquiera las necesidades alimentarias que su organismo demanda para llevar una vida normal: 11,5 por ciento de peruanos literalmente, no tiene qué comer, son pobres extremos, según este informe oficial.

Puestas estas cifras en una línea temporal, podrían aparentar ser auspiciosas, y lo son más para un gobierno que, próximo al retiro, pretende evidenciar a toda costa los logros de su lucha contra la pobreza. Y es que la curva de pobreza ha ido descendiendo a límites que, aunque todavía severos, proyectan una ilusión de progreso: hemos pasado del 56% a un 34,8% de pobres en apenas 6 años y las cifras siguen viniéndose abajo.

Es cierto que estas cifras son prometedoras, pero no deberíamos celebrarlas hasta el punto de mostrar tolerancia con los todavía severos porcentajes de pobreza que convive entre nosotros. En nuestro país muchos fenómenos son presentados como naturales. Por ello tendemos a aceptar como un principio absoluto la existencia de pobres como requisito básico de funcionamiento del sistema. Esta naturalización de la pobreza es perniciosa, casi tanto como aquella que permite la violencia de los hombres hacia las mujeres, tema en el que si bien se han dado logros evidentes (en muchos sectores sociales ya no se acepta este tipo de violencia), todavía se necesitan pasos definitivos para desterrarla.

¿Por qué seguimos tolerando la pobreza? Quizás por que en nuestro país ésta así como ancha, es a la vez ajena. Ajena a una clase política que no endereza su comportamiento histórico (corrupción, clientelismo, incapacidad); ajena a cierto sector de empresarios que todavía no entiende que inversión en el mundo moderno es también sinónimo de responsabilidad; ajena, en suma, a muchos sectores sociales que no comprenden que las posibilidades de convivencia dependen de condiciones irrestrictas de equidad.

La pobreza ensañada

Ahora bien, la pobreza en el Perú no sólo se relaciona con un conjunto de carencias materiales (aunque el método de Línea de Pobreza utilizado en el Informe del INEI mida sólo su expresión monetaria), pues aparece casi siempre acompañada de una fuerte exclusión social (Manrique). Los pobres peruanos afrontan serias dificultades para insertarse en los sistemas de funcionamiento de nuestra sociedad. Muchos peruanos se encuentran fuera de los sistemas financiero, educativo y laboral, que NO SÓLO les cierran las puertas, pues además los expectora, como es el caso de nuestra educación pública que termina reproduciendo y perpetuando las condiciones de inequidad en las que vivimos históricamente los peruanos. ¿Podemos imaginarnos las posibilidades de movilidad social de un joven andino egresado de una escuela pública rural?

Esta exclusión social hace que los pobres peruanos no cuenten para el Estado (¿sabemos la gran cantidad de niños cuyos nacimientos no son reportados?) y si es que cuentan, sólo sea para ser considerados beneficiarios de políticas benefactoras y/o programas asistencialistas que restringen sus posibilidades de ejercer plenamente su condición de ciudadanos.


Constatación y reflexión

Sabemos casi por intuición que la pobreza es el efecto sistémico de un conjunto de factores coyunturales y estructurales. No es casualidad que los índices más altos de pobreza se concentren en las zonas rurales del país. En el informe oficial que hemos comentado aparece un mapa de distribución territorial de la pobreza. Allí se advierte, con coloraciones intensas, una zona muy notoria de incidencia de pobreza: la sierra sur peruana y un departamento en rojo: Huancavelica, a donde nos dirige nuestro viaje, que tiene a más del 70 % de su población en esta condición.

Este hecho se constata a lo largo de todo el departamento de Huancavelica, incluso en su propia Plaza de Armas donde nos recibe una presurosa legión de niños lustrabotas. Al fondo, dos mamachas conversan en quechua y en voz alta, más atrás hay un monumento a la pelota. No nos es difícil entender ahora por qué Huancavelica es considerado el departamento más pobre del Perú. Camino hacia Lircay, una de sus provincias mineras, atravesamos serranías por un camino sin asfalto, sorteando precipicios y contemplando lo que el mapa de pobreza nos revela en frías cifras: poblados sin luz eléctrica, evidente precariedad e insondables carencias.

Además de las consecuencias sociales de la pobreza (la exclusión que comentamos arriba) son conocidos sus efectos en el psiquismo de la personas. Algunos especialistas hablan de una cultura de la pobreza. Otros han estudiado ampliamente fenómenos como la desesperanza aprendida que consiste en el aprendizaje que hacen las personas de su situación de carencia restando posibilidades de emprender estrategias para superarla. Otro efecto conocido es la incapacidad de proyectarse en el tiempo: los pobres van perdiendo la capacidad de imaginarse un futuro, acostumbrados como están a pensar en qué comerán más tarde. Otro efecto es la pérdida del locus de control: los pobres sienten que no pueden controlar la situación que los condena a la pobreza. Estos efectos son perversos pues generan un circuito vicioso que muchas veces es imposible cortar por cuenta propia y por ello la propagada necesidad de políticas sociales .


Responsabilidad social ¿tarea de todos?

Si bien no constituye una receta, la responsabilidad social puede ser una estrategia efectiva para enfrentarnos a la pobreza. Es un enfoque que genera compromisos y facilita sinergias, elementos indispensables para forjar proyectos colectivos y posibilidades institucionales en democracias políticas y economías de mercado como las nuestras.

Aunque en un principio se habló de responsabilidad social empresarial, en evidente alusión a la necesidad de involucrar en la promoción del desarrollo al sector privado; últimamente, se han venido incorporando nuevos actores: sociedad civil, medios de comunicación, universidades, aceptándose la posibilidad de una participación colectiva de diversos sectores sociales en compromisos que deben involucrar a todos los peruanos.
Llegamos a Lircay después de una agotadora travesía. En nuestra interacción con sus pobladores un grupo de jóvenes universitarios huancavelicanos nos sugiere conformar una brigada de voluntarios para implementar un programa de alfabetización para los más pequeños y capacitación para los trabajadores del campo. Nos emociona su propuesta. Jóvenes con evidentes carencias nos demuestran una vocación inusitada para identificarse con los problemas del país y aportar para superarlos. ¿Esto también es responsabilidad social, nos preguntamos? Sí. Y actitudes de este tipo, hoy más que nunca son urgentes.

Ahora bien, no seamos ingenuos, no sólo son suficientes la voluntad y el idealismo de los jóvenes. La tarea implica una serie de reformas de orden institucional que tienen que ver con el fortalecimiento y reorientación de las políticas sociales, una focalización certera de la pobreza para alinear y perfilar el alcance de nuestros programas sociales, la implementación de una serie de instrumentos (normativos y ejecutivos) en el marco de una reforma del Estado que no sólo desconcentre, sino que descentralice realmente las oportunidades que sí hay en las ciudades.

Mientras tanto es una buena idea acompañar la voz de nuestros jóvenes y ampliarlas. Habremos dado sin duda un paso más en esta ruta de progreso que los peruanos (como nunca antes) hemos empezado a avizorar desde hace un tiempo.

sábado, 24 de abril de 2010

Jóvenes y chamba. El caso peruano


Cada año miles de jóvenes peruanos egresan de la escuela y salen a las calles. Calles de urbes pobladas hasta el extremo en un país que ha variado en poco menos de 60 años su condición rural, transformándose en un país esencialmente urbano. Fenómeno que además ha generado otra transformación: la demográfica. Las estadísticas nos revelan que tres de cada diez peruanos tiene entre 15 y 29 años.

Auscultar el fenómeno del empleo juvenil supone trascender los estereotipos y plantear una mirada integral. Y es que hay una tendencia de los estudiosos peruanos de urbanizar el fenómeno de la juventud. Desde esta perspectiva aparecen, por un lado, las nuevas expresiones culturales como los emos, con su halo de depresión, suicidio y muerte con que se le han presentado en los medios de comunicación peruanos y por otro lado, las pandillas, consideradas hace mucho el primer problema de seguridad de las poblaciones urbanas. Pero hay motivos suficientes para centrar la atención en los fenómenos de la urbe: hoy las grandes ciudades peruanas albergan a una estridente población de jóvenes. Muchos de ellos han migrado de sus territorios de origen y se asientan hoy en las ciudades buscando oportunidades que le brinden la promesa de una vida mejor.

Los flujos migratorios que alimentan la ciudad no han podido detenerse. Y no es que se haya hecho mucho para evitarlo. Por ejemplo, las políticas de juventud más publicitadas en los últimos años han enfatizado sus acciones sobre la población urbana. En cambio, no ha habido claridad con respecto a las políticas para mejorar la calidad de vida y crear oportunidades entre la juventud rural.

¿Por qué se da esta urbanización en las políticas de juventud? Por un lado no es fácil ubicar y caracterizar al sujeto joven rural, pues en las zonas rurales no hay una transición clara de la niñez a la adultez. Desde pequeños, chicos y chicas asumen el trabajo del campo sin mayores moratorias. En cambio en las ciudades se generan espacios de incertidumbre, moratorias no definidas que da lugar a la marginalidad. Emerge aquí una imagen letal de la juventud: aquella que no tiene oportunidades y convive con la angustia; la que delinque y protagoniza violencia urbana. En alguna medida podemos decir que se ha generado un estereotipo sobre el sujeto urbano joven: una imagen que bordea el estigma y condena a nuestros jóvenes citadinos con adjetivos como vagos, delincuentes, miserables.

Y es que en los espacios marginales de la urbe ellos conviven diariamente con otros problemas asociados a la pobreza: la carencia de oportunidades laborales y la precariedad del sistema educativo público (uno de los peores de Latinoamérica). Aunque el acceso a la educación primaria y secundaria en el país se ha universalizado en los últimos años (muchos jóvenes logran terminar sus estudios escolares), no ha habido una mejora sustantiva en la calidad de esa educación, de tal manera que sus estudios no les sirven mucho para modificar su situación y acceder a un puesto de trabajo que asegure movilidad social. A esto se añade la inadecuada orientación de la oferta educativa que privilegia estudios estereotipados que no necesariamente van acordes a las realidades económicas locales . Para colmo de males a esto se agrega la segregación social y cultural que vive nuestro país. Los jóvenes que provienen de zonas marginales (en la ciudad de Lima se les llama Conos a los extremos de la urbe), escuelas públicas o presentan rasgos étnicos andinos y/o mestizos ven disminuidas sus posibilidades de acceso al mundo laboral formal. De esto se ha hablado poco y en voz baja, pero no podemos negar que la educación peruana convive también con esta especie de apartheid educativo en el que muy pocos jóvenes pueden acceder a los estudios con estándares occidentales que se ofrecen en algunas escuelas exclusivas cuya posibilidad es imposible para la mayoría por el alto costo económico que demandan y por los filtros socio culturales que restringen el acceso de cualquiera.

El empleo juvenil entonces genera una tensión permanente (como de globo en expansión) pues absorbe la presión de las miríadas de jóvenes que pugnan por abrirse un espacio de desarrollo que no ha podido ser asumido por el Estado. Además, lo poco que pueden hacer las instituciones de la sociedad civil, empresas y ONGs, canalizando recursos propios o de la cooperación internacional, está desarticulado y nunca es suficiente, pues la inadecuada focalización de beneficiarios sigue siendo un tema pendiente.

¿Pero cómo sobreviven entonces nuestros jóvenes? Muchos de ellos viven de “cachuelos” (término con el que se conoce al trabajo provisional que brinda a su ejecutor el dinero para sortear el día a día) pues tienen que trabajar con una escasa calificación, en oficios o actividades para los que no fueron formados y sometidos a regímenes que no les brindan ningún tipo de seguridad social.
Hoy abundan los empleos informales en las zonas neurálgicas de comercio en Lima: los mercados de abastos, los terminales de comercio, el sistema de transporte público. Estibadores, llenadores, jaladores, avisadores, cobradores de combi, moto-taxistas, son una variopinta y extensa gama de personajes que pueblan día a día las calles de Lima sobreviviendo sobre lo que se negocia día a día en el asfalto.
Los que por el contrario, accedieron a una mejor educación van bregando contra todo forzando las puertas que poco a poco se les va abriendo en el Mercado; mientras que aquellos que no pudieron pagarla, ven cómo se cierran sus posibilidades y son expectorados a la franja del desempleo lo que genera a su vez otra problemática: la dependencia.

Es el empleo juvenil un factor que posibilita a los jóvenes ir ganando algunos márgenes de libertad para ensayar su autonomía e independencia. Pero sin trabajo, o con trabajo malo, la estadía en las familias nucleares se extiende y con ello su posibilidad de independizarse económicamente. Es esta juventud la que se prolonga hasta el borde de los 30 años, los que todavía siguen pugnando para que la política pública no les dé la espalda, pues casi siempre nuestro Estado piensa en los “chicos” de 18 años, los nuevecitos, cuando hay que promover empleo, dejando de lado ese inmenso contingente de gente joven que ya hace tiempo cruzó la valla de los veinte.

Pensar en nuestros jóvenes nos exige considerar las complejidades y superar las contradicciones existentes. Ya hemos visto cómo la heterogénea presencia de sujetos en el vasto territorio nacional exige una mirada intercultural. De otra parte hemos constatado la diferencia y la gama de circunstancias que se deben considerar al plantear la cuestión urbana o la rural. Y como si fuera poco, el intervalo de la juventud plantea diferentes escenarios pues los jóvenes de 15 tienen otra mirada y expectativa que los jóvenes de 29. Si hay algo continuo en todo nuestro análisis es la comprobación de la heterogeneidad. Sobre estas constataciones debemos pensar y ensayar respuestas múltiples a la compleja presencia juvenil en el país.

miércoles, 21 de abril de 2010

¿Qué es la juventud?

Podemos definir la juventud desde diferentes ángulos. Plantearé cuatro perspectivas e intentaré desarrollarlas. Desde una perspectiva etaria, desde una perspectiva generacional, como un proceso socio histórico cultural o como una transición.
Desde una perspectiva etaria, la definición se nutre de posiciones biologistas y psicologistas. Aquí la juventud es determinada por el desarrollo psico-emocional del sujeto. Esta definición se complica cuando se comprueban las diferencias que existen en el desarrollo de los sujetos. De otra parte, se complica también en el establecimiento de los rangos etarios. En algunos países se considera desde los 14, en otros desde los 18. Igualmente algunos consideran el rango superior en los 24, otros en los 25, otros en los 30. Estas definiciones etarias suelen ser útiles para establecer políticas frente al sujeto joven. Los Estados plantean esta perspectiva demográfica para atender las necesidades de la población. Los márgenes varían de acuerdo a la institución jurídica que los plantea. En Perú se considera joven al sujeto que tiene entre 15 a 29 años (Ley del CONAJU).
Desde una perspectiva generacional, la juventud es un conjunto complejo de símbolos, signos tanto de consumo como de expresión que impactan sobre un amplio segmento de jóvenes que cohabitan los mismos espacios en un tiempo determinado. De allí que los jóvenes de hace cuatro décadas nos parezcan antiguos o “quedados” respecto a los actuales, pues sus símbolos y emblemas lo han sido de su generación y la actual, ya no los “capta”.
Pero también podemos definir la juventud desde una perspectiva transicional. Desde este ámbito la juventud es una etapa de transición entre el sujeto infantil dependiente y el sujeto autónomo adulto. Esta transición es abordada por la sociedad y sus instituciones poniendo a disposición del sujeto programas de formación y preparación (escuelas, academias, institutos, universidades). La transición genera un espacio de moratoria, un momento de preparación que media entre el sujeto incapaz y el capacitado. Este espacio de moratoria configura a la juventud. Pero esta definición también tiene sus complicaciones. Para empezar esa transición mediada por las instituciones contempla una normalidad social. Como si las metas sociales y los caminos para alcanzarlas fueran homogéneos. Hoy sabemos que muchos jóvenes marginales escapan a esa ecuación social.
Estas son las complejidades que encierra, desde mi punto de vista, la definición de juventud. Por último tendré que afirmar, en el sentido de lo reflexionado hasta el momento, que sólo podremos definir a la juventud en la medida que entendamos los contextos históricos, sociales, políticos y culturales que posibilitan su aparición y desarrollo.

Juventud en el Perú

Los jóvenes en mi país constituyen aproximadamente el 28% de la población. Dicho de otra manera 3 de cada 10 peruanos son jóvenes . Sin embargo, el problema no es cuantitativo ni demográfico, pues nuestras “juventudes” conviven con un conjunto de problemáticas y oportunidades. En las siguientes líneas trataré de realizar un análisis de la presencia de la juventud en la historia reciente del país. Esta presencia determina sin duda, cómo se concibe a la juventud en el Perú.
Actualmente el Perú atraviesa un inusual periodo de estabilidad económica (a pesar de la reciente crisis internacional). Sin embargo, todavía se siente pendiente un desarrollo social inclusivo (la bonanza económica mencionada no ha alcanzado a los sectores populares) y una consolidación de la institucionalidad democrática. Perú ha pasado, en pocos años, de ser un país rural a ser un país eminentemente urbano. Sus ciudades han transformado su herencia poscolonial y albergan ahora a una población diversa, en la que se vienen ensayando diferentes modos de convivencia. En este escenario, el factor humano es clave y estratégico para la construcción de una sociedad próspera y democrática, por ello, desde nuestra perspectiva, la consideración de los jóvenes es indispensable.
¿Pero quiénes son los jóvenes peruanos? ¿Se les conoce realmente? Las políticas y programas que desde el Estado se dirigen a la población juvenil, muchas veces revelan una profunda ignorancia de las características de la juventud. A continuación presento una breve revisión de lo que ha sido la visión de la juventud en el Perú de las últimas décadas.
Durante la década del setenta, muchos jóvenes asumieron una participación política militante. La movilización juvenil de entonces fue asociada a los movimientos de la izquierda peruana. Los jóvenes protagonizaron manifestaciones significativas en la escena pública peruana . Las reformas socialistas impulsadas por el régimen militar de Velasco Alvarado, cuya prédica central se enfrentaba a los intereses de la oligarquía peruana, no tuvieron el éxito esperado y finalmente sus propuestas se diluyeron. Por otra parte, en esta época los movimientos de izquierda atravesaron serias crisis que terminaron debilitándolos (que tuvieron un origen interno y externo). Esto trajo un descontento generalizado de la población que se expresó también en el escepticismo de los jóvenes de la década del ochenta hacia la vida política nacional. Esta década se caracteriza por la apatía y desinterés de los jóvenes, quienes además socializan en un escenario de violencia interna (protagonizado por Sendero Luminoso, el MRTA y las Fuerzas Armadas y Policiales) que dejó más de 70,000 víctimas (según informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación) y crecen en medio de continuos fracasos de los gobiernos democráticos.
Hacia inicios de los noventa, la imagen de la juventud peruana atravesó su etapa más apática. La población, en general, desconfiaba de las tradicionales formas de organización política y social. Los partidos políticos cayeron en deslegitimación y la movilización social fue vinculada a los movimientos terroristas. Esto fue aprovechado por el presidente Fujimori que, gozando de gran aprobación popular emprendió una serie de reformas arbitrarias (intervención de las universidades, disolución del Congreso de la República, destitución del Tribunal Constitucional) instalando una dictadura con máscara de democracia. Todo esto alejó a los jóvenes de la llamada Generación X de la vida pública nacional, pero hacia fines de la década de los 90, los impulsó a salir a las calles y liderar manifestaciones públicas que consiguieron, junto a otras acciones, derrocar al régimen y recuperar la democracia. Estas manifestaciones juveniles, publicitadas extensamente por los medios, carecieron de organización, de un proyecto integrador y de propuestas a largo plazo, por lo que se diluyeron y finalmente se debilitaron. Se perdió así la posibilidad que el movimiento juvenil aportase en la construcción de la democracia de inicios de los años dos mil.
Junto a estos fenómenos, desde la mitad de la década de los 80, con especial fuerza hacia finales de los noventa e inicios de los dos mil, un gran segmento de la juventud, proveniente principalmente de los sectores urbano marginales del país, obtuvo un inusitado protagonismo conseguido sobre la base de su participación en manifestaciones públicas, espontáneas y grupales que tenían en común, los usos extremos de la violencia. A este fenómeno se le conoció como Violencia Juvenil (agrupó diferentes expresiones como las barras bravas, las pandillas, etc) y tuvo tal impacto que rápidamente caló en el imaginario social atribuyéndose a los jóvenes peruanos una imagen de irracionales, violentos y nocivos . De otra parte, cabe resaltar que, durante la época de la violencia interna (los ochentas), surgió un movimiento artístico que fue denominado rock subterráneo peruano. La propuesta estética y de contenido retaba abiertamente al “establishment”. Además, era un rock con alta dosis de violencia en sus letras. Los jóvenes que participaban de esta “movida” fueron estigmatizados como drogadictos, violentos, irracionales en el imaginario popular adulto, aunque su música expresara en realidad los temores y sinsabores de toda su generación.
Uno de los elementos centrales del discurso electoral y de la propuesta de gobierno de inicios de los dos mil (gobierno de Alejandro Toledo luego de la huida del país de Fujimori) fue la creación del ente gubernamental encargado de la promoción de la juventud, el Consejo Nacional de Juventudes - CONAJU. Este hecho fue visto como una acción reivindicativa hacia la juventud que participó en los procesos de recuperación de la democracia. Los principales productos del CONAJU fueron los documentos: Lineamientos de Política de Juventudes y el Plan Nacional de la Juventud. Lamentablemente sus acciones no pudieron articularse a alguna política local de juventud y finalmente fue desmontado por el régimen aprista de Alan García que asumió el gobierno el año 2006.

El CONAJU se ha transformado en el SENAJU (Secretaría Nacional de Juventudes) y ha perdido independencia y “poder” para incidir en la agenda pública nacional. El Plan Nacional de Juventud aprobado entre gallos y media noche, por el saliente gobierno de Toledo, nunca fue la herramienta esperada que regulara, modulara y orquestara las acciones estatales dirigidas a la juventud.

Durante el actual régimen de gobierno el Congreso de la República aprobó la Ley del Concejal Joven en Agosto del 2006 que estipula la inclusión de no menos del 20% de jóvenes (ciudadanos entre los 18 y 29 años) en las listas electorales de los gobiernos locales y regionales. Hay en esta ley dos expectativas o ideas fundamentales. La primera tiene que ver con la renovación de la política que descansa en la idea que la clase política peruana está gastada. Vicios como la corrupción, el nepotismo y el clientelismo son, supuestamente, patrimonio de una cultura política que tiene entre sus miembros “viejos zorros políticos” en el argot popular peruano. La inyección de gente joven en la estructura política supone una renovación de estas prácticas y una inoculación de transparencia, ética y buenas (nuevas) intenciones en el espacio público nacional.

Otra idea que descansa detrás de la ley es el fomento de la participación de los jóvenes en la vida pública nacional. El supuesto que aborda es el del desinterés de los jóvenes en la política y de la vida pública nacional. Hay otra idea detrás y es el de la presencia demográfica masiva de los jóvenes y su oportuna presencia en vida productiva del país. La exclusión de los jóvenes es un problema abordado desde hace algún tiempo por los sectores educación y trabajo, entonces la ley le da una significancia y representatividad a este segmento de la población.

Luego de la Ley de cuotas, no se conoce todavía una política integral que apunte al bienestar de las juventudes del país. Las experiencias que se vienen dando, siguen aisladas, duplicándose, no generan impactos mayores en tanto se pierden en la especificidad y apuntan a espacios sectoriales y locales.

No quiero dejar de mencionar el aporte de los medios de comunicación en las percepciones sobre lo juvenil. Por un lado presentan con alguna expectativa a jóvenes íconos del deporte o el cine (casos de Kina Malpartida campeona de boxeo o Magaly Solier candidata al Oscar) o los famosos jotitas (selección sub 17 de fútbol que clasificó al mundial de su categoría), pero por otro lado se muestra un conjunto de informaciones funestas que tienen a los jóvenes como protagonistas. Protagonistas de comercio de drogas, de violaciones sexuales, de pillaje, de asesinatos. Pero aquí hay un sesgo: existen muchas organizaciones juveniles que desarrollan actividades comunitarias encomiables, pero esta gesta no es cubierta por los medios nacionales.

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Este blog ha sido creado respondiendo a la iniciativa del Seminario de Investigación en Juventud de la Universidad Autónoma de México.